sábado, 24 de julio de 2010

Algunas ideas básicas pero importantes sobre el infeliz monumento a los Montejo y sus implicaciones y secuelas

Historia y Memoria, Pasado, Presente y Futuro.

Iván Vallado Fajardo

Los monumentos son un símbolo cultural de la sociedad que deben ser positivos. Respecto al monumento a los Montejo, no se trata de una competencia infantil entre fanáticos de dos equipos de fútbol. O sea, no se trata de quienes eran mejores, los mayas o los españoles. Se trata de no festejar procesos de dominación de ningún pueblo. Y el estatua en cuestión lo celebra.
Si los creadores de la idea no lo vieron así, pues ya se les dijo, ya es patente que a muchos no nos gusta. [Véase http://vamosatirarelracismo.blogspot.com y “Los que no queremos una estatua de Francisco de Montejo en Mérida en Facebook]. El estatuado no es amado de forma unánime, por tanto, creó y crea encono y controversia. Para muchos es ofensivo, para otros penoso, para otros más una vergüenza. Y los que lo festejan parecen haber cayado, tienen la cabeza agachada.
Como expliqué antes (por Esto! 25/06/2010), en el siglo XXI la causa de Montejo y sus soldados ya no tiene sentido, ni partidarios (a menos que sean anacrónicos o racistas). Las disculpas sobre los métodos de la conquista existen desde el siglo XVI por parte de la misma Corona española. Lo mismo hicieron los reyes de España tras la muerte del dictador totalitario, el “generalísimo” Francisco Franco.
El pleito no es con España y no lo fue en muchas ocasiones durante la misma Colonia, cuando la Corona emitió reformas sociales que no se obedecieron. Fueron los colonos, criollos y descendientes de Conquistadores los que siempre se negaron a cumplir lo que no les convenía: se negaron a no hacer esclavos, se negaron a perder sus encomiendas, se negaron a dar libertades a los indios, se negaron a respetar sus propiedades y se negaron a casarse con las indias (hacerlas sus mujeres legítimas) con las que fornicaron por generaciones hasta hacer nuestro mestizaje.
No nos hagamos tontos. La “sangre” que tanto preocupa a los anacrónicos o racistas (un líquido rojo con glóbulos blancos y rojos y algunas cosas más, que es básicamente la misma en toda nuestra especie) se mezcló desde el comienzo hasta en las mejores familias. Nada más que por racistas lo ocultaron. No es nada nuevo: desde finales el siglo XIX en que se discutieron estas cosas, el entonces obispo Crescencio Carrillo y Ancona, notable e historiador de Yucatán, señaló esta existencia de “abuelas indias” en todas las familias yucatecas. O ¿qué hicieron los conquistadores por varios años, mientras llegaban las mujeres blancas de España? ¿Ver la TV?
La Corona estableció la legalidad de las uniones con las indias desde 1512. O sea, años antes del descubrimiento de Yucatán y de su Conquista. ¿A caso hoy en Yucatán, por fuerza de la tradición, y con ciertas variaciones, no todavía existe “la casa chica” de la Xun?
Fueron pues los colonos, los “recienllegados”, los criollos engreídos, los ganapanes abusivos y desde luego los descendientes de conquistadores (que ordinariamente eran de la peor calaña) los que con sus modos de ser y hacer dieron vida real a las colonias e hicieron de la realidad americana un universo de abusos y contradicciones frecuentemente narrada en informes a las autoridades llenos de exageraciones y mentiras contra los indios e incluso contra ellos mismos como rivales.
Una magnánima fábrica de chismes, adulaciones y falsedades que se proyecta hoy desde el chismorreo popular hasta los discursos de nuestras más altas autoridades: Nadie fue el culpable de la muerte de los niños de la guardería ABC. Paulete se suicidó sola (ya que no se pudo involucrar a las chachas). Nunca ha habido fraude electoral. Tampoco hay políticos corruptos en mi partido. Bla, bla, bla.
Escuche usted un informe presidencial con cuidado y luego pregúntese ¿de que país estaba hablando el “Capitán General”?
Nuestros presidentes, como su máximo ancestro simbólico, Hernán Cortés, siempre andan pintándonos un México perfecto, que sin ellos estaría a punto de sucumbir en el averno, siempre nos están salvando de algo y siempre les debemos sumisión. Siempre somos la tierra más hermosa, la más fértil, la más rica, la más… y ellos nuestros salvadores.
En realidad, como país siempre estamos hundidos en la mediocridad y rivalizando entre nosotros mismos: maltratando a nuestra propia gente, burlándonos de su modo de vestir o hablar o del color de su piel, mal pagándoles por su trabajo (“total son indios”), pendejeando al patrón “tonto” que no te trata mal, desperdiciando recursos públicos (“total son del gobierno”), abusando corruptamente de las amistades –palancas- bien paradas. O bien, insultando a los políticos cuando están lejos, pero lamiéndoles la suela de sus zapatos cuando los tenemos enfrente para pedirles un favor especial, etcétera.
Este es México. Este es el legado de la Colonia, hecho en buena parte por la España imperial (tributos, oro, planta, etc.,), pero complementado con el hábil y lúcido trabajo de nuestros descendientes ya americanos. Y claro que éstos se sentían muy europeos, pero no lo eran. En España no eran más que- para decirlo con un neologismo moderno y común- unos viles nacos. ¡Oh, nuestros patéticos indianos!
Y claro que hubo indios involucrados. Caciques de mala gana, empleaduelos de los conquistadores (ancestros de los lamesuelas) que aprendieron y ejercieron los rituales del poder en la América virreinal: ser servil con el de arriba y patearle el trasero al de abajo. ¿Cuántas veces no son los mismos indígenas que maltratan a otros indígenas?
Pero vale para todos lados. ¿Cuántas veces no son los mismos “blancos” –como se decían los criollos del siglo XIX- que maltratan a otros blancos? Y ahora que hemos visto al PAN gobernar el país por más de un sexenio, ¿qué pasó? No están algunos de sus miembros que se la dan de “blancos de recio abolengo” medrando en los programas federales del gobierno como lo hacían los “mestizos populistas” del viejo PRI?
Entiéndase, en todas “las razas” se cuecen habas. Por eso, en lugar de seguir con la torpe competencia de que “fue mejor fulanito que menganito”, debemos de reprobar los métodos de dominación y la “gran” herencia cultural práctica que dejaron en nosotros.
En Yucatán, todos fuimos amantados con el racismo y la discriminación. Lo llevamos casi en los genes. Y no puede ser de otra forma, porque fuimos creados en una sociedad racista, discriminadora y clasista. De un lado o de otro, entre nuestros iguales siempre hay: piojos, nacos, “indios de miarda” -con “a” como decimos los yucatecos-, chakas, arribistas, “nuevos ricos”, igualados, presumidos, payasos, engreídos, aduladores, envidiosos, etcétera.
Y como sea, la fusión se dio. Por ejemplo, la mayoría de la población yucateca (y mexicana) hoy es católica, y ya. Tienen derecho indiscutible a serlo porque vivimos en una sociedad regida por una Constitución política liberal (1917). Y lo que quedó de la cosmovisión maya, pues quedó, y ya. También tienen derecho inalienable de seguir siendo lo que son porque también viven en México al amparo de nuestra Constitución. Y si los mayas y católicos de hoy (que son los mismos en proporciones significativas) quieren indagar en sus pasados en busca “la esencia pura” o algo así, pueden hacerlo.
Personalmente creo que no se puede viajar a un pasado que ya no existe. El famoso “túnel del tiempo” era un programa de ciencia ficción, nada más. Lo que fue borrado, fue borrado. Pero en todo caso –eso sí- un pueblo puede recrearse, que no es lo mismo, pero sí muy importante. Los pueblos se recrean constantemente con lo que son, con lo que hacen y con lo que harán. Eso que ni que.
Todo yucateco de hoy nació cuando mucho hace un siglo. La Conquista ocurrió en el siglo XVI, hace casi 500 años. Por tanto, nadie del presente es culpable del etnocidio incompleto, sólo se trata de que se tome conciencia de lo horrible que fue, de que no debe volver a repetirse, de que no se le debe nada a ningún conquistador y de que no debe festejarse con un monumento a los Montejo.
No me parece que haya que cambiar nombres de avenidas, ni poner a Nachi Cocom y/o Cecilio Chí en vez de los Montejo. No es vendetta. Nadie tiene por qué arrancarse el color banco o el moreno de su piel, ni vamos a dejar de hablar nuestro fantástico español. Aunque debiéramos hacer algo para que, como pueblo, recuperemos la maya: somos la nación (México) de más hispanoparlantes del planeta.
Además el Paseo Montejo como tal no es una herencia del conquistador, Francisco de Montejo “el adelantado” murió en 1553. El Paseo de Montejo es una herencia de la oligarquía henequenera porfiriana. Una banda de pelafustanes engreídos, orgullosos y racistas que por ser ricos y explota-indios se dieron sus lujos. A mi tampoco me gustan, pero afortunadamente también pasaron a la historia. El Paseo en sí, como avenida de la ciudad, es muy bonito. ¿Para qué cambiarle de nombre? ¿Para borrar la memoria de una época de un Yucatán profundamente escindido entre clases laborantes y micro-oligarquía malinchista? No estoy de acuerdo: mi deber no es borrar “lo malo” como tanpoco es festejarlo con estatuas a los Conquistadores. Mi deber es enseñar a las nuevas generaciones las versiones completas de lo que ocurrió y enseñarles el significado de las cosas por su origen. Ese es mi trabajo como padre y como ciudadano. Entre otras cosas, para eso hay que saber un poco de nuestra historia.
Las nuevas generaciones deberán saber sobre el pasado y sacarán sus cuentas y harán elecciones sobre lo que les parezca o no memorable, pero hay algo que tienen que aprender que, al parecer, nosotros no hemos aprendido: somos el producto de una mezcla y ya nada se puede hacer. Ya no somos más de un lado, ni del otro.
Ser mestizos es algo contradictorio, por eso nos crea conflicto: desamor propio, complejo de malix, malichismo, falta de respeto con el prójimo, soberbia, engreimiento, sentirse bien al tener más que los demás, gozar por sentirse superior, por tener gente (humanos) a tu servicio, presumir las propiedades, el color claro de la piel, la ascendencia extranjera del apellido, etc. Todos estos no son sino síntomas de una sociedad traumada (con politraumatismos diría yo) que no ha sabido cicatrizar sus heridas y superar su pasado.
Y si nuestra historia hasta allí llegara, qué feliz sería, pues como nosotros –los vivos de hoy- nos habremos a de morir, las nuevas generaciones vendrían libres de menudos traumas. Pero no es así: nosotros los educamos, les enseñamos, los criamos. Desde la cuna, amamantamos a nuestros niños con estos prejuicios “con la leche templada –diría Serrat- y en cada canción”.
Nos preocupamos de que tengan “roce social con los pudientes” como si el resto de la gente, los no pudientes fueran animales. Queremos que “sean alguien” como si no fuésemos alguien de sí. Queremos que se lleven con “las familias conocidas” y esas barrabasadas discriminatorias y antihumanitarias. Queremos que frecuenten con “la gente bien” como si la gente sin baro fuese mala, ladrona o qué. Amen de que en este país mucha gente de baro lo hizo “mal habido” en donde pudo, llámese negocios, política, corrupción, etc.
Y como nosotros lo hemos hecho, ellos recrearán y reproducirán la eterna maldición amarse un poco y de odiarse mucho al mismo tiempo, tanto como individuos como comunidad, como pueblo. Estas es “la maldición de Maliche” a la que se refería Gabino Palomares. Creo que Palomares la sentía y la reprobaba, pero no la había terminado de entender porque no es maldición, no es etérea ni está fuera de nuestro alcance. Todo lo contrario: es nuestra cultura y la practicamos todos los días. Y es la que produce una asquerosa soledad que no tiene salida y que hace dramática y fatalista la vida del mexicano. Octavio Paz le llamaba El laberinto de la soledad.
Como sea, es menester decir que todos los tiempos pueden ser buenos para la conciliación social y cultural que, evidentemente, todavía nos falta. Son tiempo de sacudirnos de prejuicios y de pensar en el futuro. Es en el futuro en “lo que queremos ser” en donde está lo importante, no en lo que ocurrió en el pasado. Y de mi parte, ese futuro, esa utopía -diría un profe mío- la queremos vivir entre iguales, sin discriminación étnica (ni de género, ni de preferencia sexual), ni racismo.
Bueno y para todo esto: ¿Qué hacer entonces en “el remate” si se quita el mentado monumento?
¿Por qué no preguntar a la gente? ¿Por qué no hacer una consulta ciudadana? ¿Por qué no pedir propuestas? ¿Por qué no recrear o refundar este tipo de acciones de gobierno, en vez de repetir la penosa erección de último monumento en el último momento?
¿Cuándo comenzaremos a tener gobiernos que nos tomen en cuenta antes y no después de hacer las cosas?
Creo que la infeliz historia de monumento a los Montejo, sin querer, nos ha dado esta oportunidad. ¿Habremos de aprovecharla?

Dedicado a los compañeros de: Los que no queremos una estatua de Francisco de Montejo en Mérida, del Facebook.

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